Alfabetización de Adultos

ENSEÑAR Y APRENDER (con el corazón primero)



Por Bruno Schiavi
@bdschiavi

Enseñar y aprender: dos verbos que van de la mano, que se tiran, se ayudan, se miran, se complementan. Quizás no exista el uno sin el otro, aunque algunos crean lo contrario. Enseñar y aprender son tareas que se deben realizar siempre, el mayor tiempo posible de nuestras vidas. Y si bien la mayoría de nosotros comienza este proceso de pequeños (al menos el de aprendizaje), los caminos, las voluntades y los desafíos pueden hacer que algunos de los tiempos se alteren. Pero ello no tiene que ser sinónimo de claudicar ni mucho menos, sino por el contrario, debe ser motivo para animarse a más.
Y tomo esas palabras primeras para introducirnos a una historia que quiero contar, y digo en primera persona porque también soy parte de ella. Simplemente una historia, así como hay tantas otras y seguramente mejores. Pero historias que a veces merecen ser contadas, y aunque estas líneas estén súper cargadas de optimismo, para sentir y saber que en esta vida, nada, absolutamente nada es imposible.
Alfabetizando
Durante el mes de marzo me uní a un programa de alfabetización que viene desarrollándose por tercer año consecutivo en diferentes puntos de la ciudad. Se trata de “Alfabetización Villa María”, iniciativa que comenzó utilizando el método “Yo sí puedo” originado en Cuba pero fue tomando y mutando por distintas formas pedagógicas.
“Alfabetización Villa María” es un grupo de estudiantes que tienen como objetivo enseñar a leer y escribir a personas que no posean la capacidad de hacerlo. Los educandos pertenecen a distintos sectores y, en su mayoría, son jóvenes y adultos, que no han tenido la posibilidad de ir a la escuela anteriormente, por distintos motivos, pero generalmente relacionados a un mundo de total vulnerabilidad.
Es así que presentan innumerables escollos surgidos de una maldita desigualdad social que les ha impedido en su momento un trayecto educativo “normal” y “formal” como la mayoría de nosotros ha atravesado. Tienen dificultades de tipo pedagógico pero también de aspecto social y económico. En muchos casos por ejemplo, deben poner mayor atención al cuidado de sus hijos y familia, deben trabajar todo el día para poder llevar una vida medianamente digna (con trabajos o changas que muchas veces deben llevar a cabo en la intemperie). Algunos casos también presentan dificultades de distancia o movilidad y situaciones como el frío provocan una baja sensible en la asistencia a clases. Verdaderamente, los contextos no son los mejores y se incluyen también casos de violencia o desarraigo, por ejemplo.
Actualmente, el programa de alfabetización en la ciudad cuenta con 11 puntos en diferentes barrios de la ciudad y Villa Nueva. Los voluntarios –es así como se llama a los facilitadores que brindan su apoyo en la enseñanza- son más de 40 y pertenecen a distintas carreras de diversas entidades educativas locales. Los educandos rondan un número parecido. Ahora mismo existen puntos en barrios San Nicolás, Nicolás Avellaneda, Carlos Pellegrini, Barrancas del Río, Las Playas y Villa Nueva. A la espera de su puesta en marcha están también los barrios San Justo, Los Olmos y Las Acacias. Los encuentros o clases se desarrollan en casas de familia o en instituciones barriales, dependiendo el caso.

Luciano Föggter (25) es estudiante de la licenciatura en Sociología y uno de los impulsores del programa en Villa María: “Comenzamos en agosto de 2013 por intermedio de un amigo que me comentó que existía este programa. Yo conocía a gente que era analfabeta y quería dar una mano. Empezamos a convocar amigos voluntarios y empezamos con la actividad. En aquel momento estuvimos en zonas rurales de Tío Pujio y Etruria y en el año 2014 empezamos en zonas urbanas de Vila María”.
Con una convicción bien marcada, Luciano demuestra su dedicación por la causa: “Mucha gente que va a aprender vive con un futuro incierto, en la miseria, a veces sin poder comer y sin un trabajo. En estos años hemos aprendido que hay mucho trabajo por delante y que las transformaciones son lentas. Se necesita de la constancia y convicción para poder mantener una senda. Lo veo como un gran desafío que tenemos sobre todo los jóvenes y estudiantes en la ciudad”.
“A nivel personal me pasan dos cosas: por una lado, la cuestión emocional, porque con ciertas personas veo que tienen problemas de laburo o problemas en la casa y eso me sensibiliza mucho. Después está la cuestión política e ideológica: hay mucha gente que quiere que existan esas desigualdades. El alfabetismo es una cuestión más para pensar un mundo más justo y más libre. Por eso llevamos la bandera de la lucha para perseguir una sociedad mucho más igualitaria”, comenta Föggter mientras se prepara para entrar al aula para una nueva jornada de aprendizaje.
Manuela Bruno (23) es Trabajadora Social, estudiante también de Psicopedagogía y es otra de las voluntarias del programa, asistiendo a la escuela Nicolás Avellaneda en calles Buenos Aires y Porfirio Seppey, donde funciona uno de los puntos principales del proyecto con un grupo de 12 personas que asisten a la escuela primaria de adultos que está en el lugar.
“Participar de este proyecto es personalmente un gran aprendizaje, pero también un enorme desafío. Es lo que nos permite brindar, a partir de un pequeño espacio cada noche, el acceso al derecho a la educación que, por multiplicidad de factores ha sido vulnerado durante tantos años”, expresa la joven.
“Alfabetizar es un acto de amor hacia el otro y celebro cada uno de los logros de las personas como propio. Deseo que este sea el comienzo de un largo camino en el ámbito educativo”, sostiene.
En tanto, Nicolás Demarchi (23) estudia Música en la Universidad Nacional y está en la coordinación del punto de alfabetización de barrio San Nicolás, que funciona en el centro cultural “Pinceladas Esperanza”. El grupo de voluntarios en el lugar es algo menor pero las ganas son las mismas. “La problemática más grande es intentar que la gente que no sabe leer ni escribir se acerque, participe y tenga constancia. Cuesta mucho darle continuidad pero hay que entender que son personas que tienen realidades complejas, sin tener garantizados un montón de derechos básicos”, cuenta el joven.
“Me siento bastante conforme con el trabajo que llevamos adelante con mis compañeros aunque hay que seguir consolidando el programa y llegando a mayor cantidad de gente para poder seguir creciendo. Pienso que la actividad es muy importante, esto no termina en el hecho de ir a enseñar y listo, sino en comenzar un ida y vuelta que permita entrar en contacto con otras realidades que son las de los barrios populares. Creo que un estudiante universitario no puede desconocer esas realidades y esta es una excelente oportunidad. A uno lo sensibiliza mucho establecer lazos con estas personas y ver la vida desde otros puntos de vista, desde donde siempre algo nos enseñan”, finaliza Nico.
Francisco (25), estudiante de la carrera Ingeniería Mecánica en la Universidad Tecnológica es otro de los jóvenes voluntarios que se expresa: “cuando se me dio la oportunidad de alfabetizar me pareció muy bueno y la verdad es que se trata de una experiencia totalmente enriquecedora y reconfortante. Es muy importante poder transmitir conocimientos para combatir desigualdades que la misma sociedad te las hace saber y sentir, pero a la vez poder aprender muchas cosas también, porque es algo recíproco: en los encuentros se manifiestan valores, sentimientos, experiencias, vivencias y respeto mutuo; creo que es totalmente gratificante y placentera la sensación de poder darle a otro, la posibilidad de insertarse en la sociedad, a través de saber leer y escribir”.

Esfuerzo por aprender
En todos los puntos, el programa tiene vinculación con alrededor de 40 personas, en su mayoría adultos y mayores. Cae la noche y ya terminadas las actividades particulares de cada uno, se genera el espacio para poder intentar una vez más ese intercambio del cual pueden surgir cosas importantes. El frío y la lluvia no son impedimentos. Lápices, lapiceras, fibrones, gomas en el lugar. Y todo es volver a empezar, con ganas de superarse, de avanzar, de crecer, de no dejar de intentar. Aparecen las vocales, las sílabas, las palabras. Chocan con los miedos, los temores y la vergüenza. Surgen colores, a veces grises. Pero ahí están… ahí están aquellos que no dejan de intentar. Conversamos con algunas de las personas que asisten al punto que funciona en el primario Dr. Ricardo Rojas para tener relatos y sensaciones de la experiencia.
José con sus 55 años ya cumplidos no pierde las esperanzas de “aprender a leer bien y saber manejar bien los números”. Trabaja en una empresa láctea de la zona y se levanta todos los días a las cinco y media de la mañana para llegar a tiempo. Desde chico estuvo siempre ligado a la cadena láctea, siendo peón de tambo. Eso le impidió ir a la escuela en su momento, pero su voluntad y ganas reflejan un avance notorio desde que empezó a estudiar en 2015. José logra mayor concentración en las clases particulares, de manera individual, pero le gusta la escuela porque allí siente “compañerismo entre grandes y chicos”. “Conozco un poco el dinero pero quiero aprender bien. Reconozco las letras también pero tengo que aprender a acomodarlas mejor. Hay que tener entusiasmo y constancia. Todo lleva su tiempo”, cuenta este morocho de manos rugosas. José vive con su mujer quien lo motivó a empezar la escuela y tiene tres hermanas mujeres, que tampoco saben leer ni escribir.
Zulma es otro de los casos. Ella también comenzó la primaria siendo una analfabeta pura, pero poco a poco avanza y también forma parte del programa “Alfabetizando Villa María”. “Me sirve venir a la escuela porque estoy aprendiendo las letras y poder leer. Empecé este año y estoy muy conforme. No pude hacerlo antes pero lo hago ahora. Estoy muy agradecida también a ustedes porque es muy importante para nosotros. Voy a aprender a leer para poder hacer muchas cosas y poder leer la Biblia por ejemplo. Estoy muy entusiasmada y contenta”, relata. Durante el día, Zulma es empleada doméstica. Durante las tardes, aprovecha y repasa las letras y practica el tiempo que puede. Como ellos están Ikana, Ana, Aaron, Ale, Sara y tantos muchos otros ejemplos.
La noche se adentra y afuera hace mucho frío. Los que quieren dar un mano y los que quieren aprender comparten un rato, mientras hay algo para comer de por medio. Charlas, risas, chistes, miradas y fuerzas se cruzan. Se hace la hora de volver a casa, caminando, en bici o lo que sea. Se va de a poco ese rato en el que se ponen en juego miles de sensaciones. Vivencias que seguramente van a perdurar. Y ahí están ellos, ante miles de trabas que han de sobrepasar, pero que con seguridad y convicción, no van a aflojar.










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