Por Juan Drovandi
@JuanDrovandi
@JuanDrovandi
“El camino es fatal como la flecha. Pero en las grietas está Dios, que acecha.”(Jorge Luis Borges – Para una versión del I King – La moneda de hierro, 1976)
Yo
sé porque estuve ahí, esta historia no me la contaron. Muchos estuvieron ahí,
como yo. Muchos se acuerdan aún, otros prefirieron olvidar.
Una
escuela, los últimos días de clases en un caluroso diciembre, un recreo que
pudo ser trágico, pero que fue milagroso.
Yo
estaba ahí, a pocos metros, como tantos otros chicos, jugando a la pelota en el
recreo. Una pelota que no era tal, porque no se podía llevar pelotas de fútbol,
así que los balones se improvisaban, pero esto no ocurrió en el gimnasio impregnado
de olores a tiza y transpiración, sino en el patio.
Cada
mes tiene un clima particular en Villa María, como si además de las cuatro
estaciones los meses se encargaran de subdividir aún más los climas de la
ciudad. Era un Diciembre muy húmedo, y muy caluroso, como todos los fines de
año villamarienses: calor, un sol intenso y las lluvias que se reparten entre
breves e intensos chaparrones.
La
mañana había comenzado soleada, pero los nubarrones no tardaron en aparecer.
El
colegio vivía sus últimas jornadas de clases, año 1996. Por ahí andaba Daniel.
Daniel con sus amigos no jugaban a la pelota, ellos se divertían de otras
formas. Un viejo árbol, ubicado justo en el límite del patio “de tierra” y las
dependencias del jardín de infantes, a metros del arenero de los niños más
chicos. Un límite que estaba demarcado por una añosa reja, que antojadizamente
había dejado excluida de ese predio al cajón de arena. Ese era el lugar que los
chicos elegían para jugar y en aquella mañana no fue la excepción.
Yo
estaba ahí, pero no tan cerca. Mientras los chicos buscaban el árbol en el
recreo “largo”, yo me aprestaba a jugar a la pelota.
De
pronto la tragedia. Las nubes grises de la mañana habían humedecido la corteza
del árbol, un joven buscaba trepar, pero pisó mal y cayó al vacío.
El
tiempo se detuvo, la mañana se detuvo y hubo silencio…hubo gritos sordos, hubo
llantos y desesperación.
Un
chico que cayó de un árbol al vacío, de espaldas, y que terminó sobre una reja
oxidada que lo atravesó. Un chico que parecía haber perdido su vida, pero no… La
vida se detuvo un minuto a su alrededor, pero no la suya sino la de todos los
que lo rodeaban.
El
relato habla de una caída “en cámara lenta” y de la visión de una luz
resplandeciente que le aportó paz, un manto celeste como el cielo, y lleno de
estrellas que lo abrazaron y que lo ayudaron a caer…. la tranquilidad en medio
de la desesperación.
Yo
estaba ahí. Para ese entonces los pocos docentes que habían logrado mantener la
calma nos habían llevado a las aulas a rezar.
Las
fotografías pasan una tras otra: el ingreso de los bomberos, el niño suspendido
en el aire, la desesperación de los maestros….
Hubo
que cortar aquella reja que se llevaron junto al niño. La extirparon recién en
el Hospital y luego de comprobar que la barra de hierro “milagrosamente” –los
médicos no encontraron otra explicación- no había dañado absolutamente ningún
órgano vital. Aun cuando había atravesado completa la humanidad del pequeño
niño.
La
presencia de la virgen estuvo siempre rondando la escena, como relató el propio
Daniel poco tiempo después. Su recuperación fue muy rápida. Al año siguiente
volvió a la escuela con normalidad.
El
árbol fue removido, la pared de rejas derrumbada. En su lugar se levantó un
enorme muro de ladrillos que terminó por separar completamente el jardín de
infantes de la escuela primaria, y la escuela primaria del escenario del
milagro atribuido a la virgen.
El
tiempo terminó modificando completamente el espacio, hoy plagado de nuevas
aulas y dependencias administrativas.
Aquel
día terminó como empezó, con el sol brillando a pleno en Villa María, pero que
no fue un día más para ninguno. Casi todos aquellos que estuvieron ese día en
la escuela lo recuerdan y sus vidas ya no fueron las mismas. Yo lo sé, porque
estuve ahí.
*El nombre del protagonista
fue modificado y el de la escuela no se menciona para preservar la identidad de
la persona.
yo también estuve ahí
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