Otra dimensión. Quizás la
explicación sea la misma que dan muchos que aseguran poder hablar con los
difuntos. Quizás sí se fueron, pero no tan lejos como al cielo o el infierno
que algunas religiones imponen, sino a otra dimensión, por acá nomas, pero
igual de lejos.
Una dimensión distinta de la de
nuestra, los mortales, una dimensión ubicada aquí mismo, entre nosotros, justo
al lado, pero no.
Otra dimensión, una en la que los
difuntos convivan con nosotros sería una buena explicación para muchos
fenómenos paranormales. Vaya uno a saber si ésa es la respuesta certera, o la
que uno prefiere encontrar, ya sea por falta de alternativas superadoras como
por mera comodidad.
Situémonos en Villa Nueva, pero
hace unos años. Varios años. La localidad nació a la vera de la Estancia del
Paso de Ferreira, pero también del Camino Real que unía Buenos Aires con el
Alto Perú. La posta más cercana era la de La Herradura, aunque la zona también estuvo
poblada por pueblos originarios, que el hombre blanco también se encargó de
exterminar.
El camino hasta La Herradura se
mantiene hasta hoy. A la vera de dicho camino se instalaron a mediados de la
década del 40 una familia de vascos que llegó a hacer la América. Venían desde
Chaco, en donde habían querido armar un tambo pero no les había ido bien.
Llegaron a la zona en donde una gran cantidad de inmigrantes de Euzkadi se
habían instalado ya, y eso animó a don Sabaz para tratar de empezar a cambiar
la suerte de la familia.
Mal no le fue, apenas llegó
encontró un campo con casa a la venta. Casi no oyó al vendedor cuando le contó
que en el lugar había habido un asentamiento aborigen y que la leyenda contaba
que la casa se había construido en la zona donde enterraban a los caciques con
sus tesoros personales de plata y oro.
Mal no le fue tampoco con el paso
de los años, el vasco se instaló en el lugar y se volvió un villanovense más.
El tambo comenzó a dar sus frutos con creces y la familia prosperó. Sus varios
hijos fueron hijos del pueblo, aunque vivieron en el campo hasta su madurez.
Sabas murió cuando ya llevaba
varios años en el campo villanovense, su esposa y sus hijos quedaron a cargo.
Cuenta la historia que aquel día nadie izó la bandera del País Vasco que se
lucía en el ingreso al campo.
Pasó el tiempo, el tambo creció,
también el campo. Llegaron más animales, se sumaron caballos, un hobbie de los
hijos varones a los que su madre, Olga, acompañó.
Cada tarde la mujer montaba
alguno de sus caballos y salía a recorrer hasta los límites del campo, al igual
que lo había hecho su marido, para controlar que todo estuviera bien y que no
faltase nada de la hacienda, en épocas en que el cuatrerismo era moneda
corriente.
Al envejecer esa práctica se
volvió menos periódica, primero los hijos, y después los nietos –que llegaron a
montones- se ocuparon de esas tareas.
Así llegamos hasta hace pocos
años, y es aquí donde llega el misterio. La familia se mudó a la ciudad, la
casa del campo pasó a ser un predio para los fines de semana y el campo se
alquiló.
A su alrededor, la otrora zona
rural fue, de a poco, absorbida por el desarrollo de Villa Nueva y algún campo
vecino se transformó en barrio privado.
Con el siglo XXI ya entrado en
varios años, la muerte visitó nuevamente a la familia, y en poco más de cinco
años, la mujer y sus dos hijos murieron, dejando a la familia con un profundo
pesar, pero también con la certeza de que, donde quiera que estén, estarían
nuevamente juntos.
Otra dimensión sería la
explicación ideal decíamos. Una dimensión alternativa sería lo justo para
tratar de responder a esta inquietud.
Cuentan los testimonios –incluso
hay videos y varios guardias de seguridad atemorizados- que desde esos
acontecimientos, se vienen sucediendo hechos sobrenaturales en la zona del
barrio privado, pero no dentro de él sino a sus alrededores.
Un caballo. Un caballo blanco que recorre de punta a punta el alambrado y
sigue viaje casi sin detenerse, como buscando algo u observando lo que
acontece.
Cada semana el caballo vigilante
hace su ronda nocturna y es captado por las cámaras de seguridad del barrio,
pero no así su jinete.
El video no lo registra, pero sí
lo aseguraron ver varios de los guardias que se ocupan de controlar que nadie
ingrese al sector a campo traviesa.
Aseguran que es una mujer, una
mujer que ni los mira mientras galopa arriba de su caballo. Una mujer tan real
como el animal que ven cada semana.
Carpetas médicas, sorpresivas
enfermedades y cualquier excusa que se le ocurra para evitar el turno noche, o
al menos esa garita de seguridad, se han ido apilando entre los encargados de
la seguridad privada.
La familia, consultada por este
cronista, reconoce el hecho pero lejos de temerle, asegura que se trata de “la
abuela”, “que anda con el caballo del tío, como hacía en su época de joven,
cuidando que no ingrese ningún cuatrero al campo”.
Será otra
dimensión la explicación. Quizás ellos se fueron lejos, pero no tanto.
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